ÁRBOL
Un niño creció al lado de un árbol, en medio del parque jugaba con sus ramas, era un árbol que crecía junto al niño. En ella reposaban los pájaros, y sus hojas acariciaban al pequeño, cantaban y jugaban, eran felices… pero un día el niño comenzó a ir a la escuela, y al retorno el niño le daba al árbol caricias y sonrisas, y nuevamente a jugar…
Pasado un tiempo el niño ya grande, se olvidó del árbol, pasaron muchos años y el árbol lleno de recuerdos se había hecho grande, y un día, con mucha alegría el árbol vio venir hacia él un hombre que era el niño. Meció sus ramas y silbó de nuevo el viento. Y aquel hombre, que era el niño, le dijo: Mira árbol, no tengo tiempo para jugar ni ser feliz, necesito dinero… a lo que el árbol le dijo, si quieres eso, entonces toma mis frutos, véndelos, hazte rico y vuelve a jugar conmigo.
El hombre tomó todos los frutos y se hizo rico y no volvió. Tardó mucho tiempo en regresar, y cuando volvió era invierno, y el árbol se alegró mucho, muchísimo. Y el niño, que era un hombre, tenía mucho frío y gritó: tengo mucho frío, necesito calentarme. El árbol le respondió: corta mis ramas y haz fuego con ellas y caliéntate, luego jugaremos juntos.
El hombre cortó las ramas e hizo fuego, entró en calor y cuando su cuerpo estuvo recuperado se alejó dejando al árbol solo.
Volvieron a pasar otros muchos años, el árbol se hizo todavía más grande y se asomaba todos los días por su copa más alta para ver si por el horizonte se acercaba el niño. Un día llegó el hombre pensativo, con tristeza de un niño abandonado y solo. Se acercó al árbol y lo tocó. El árbol despertó, y al reconocer aquellas manos, otra vez la alegría estremeció el corazón del árbol solitario, y le preguntó: ¿Por qué piensas tanto?, volvamos a ser niños. El hombre le contestó, estoy cansado de esta tierra, quiero ir lejos, más allá del horizonte, quiero perderme en el mar, cruzar los océanos, conocer otros lugares. El árbol le dijo: ven, corta mi tronco, hazte un barco con él y surca los mares, sé libre como quieres. Y, el niño que era el hombre, cortó el tronco, se hizo un barco grande y se perdió por los mares.
Pasaron muchos años, y un día llegó un anciano arrugado y triste a las tierras del árbol que sólo eran raíces en la tierra, y de pronto, un estremecimiento sintieron esas raíces, pues sintieron unos pasos conocidos… el niño que ahora era anciano, tocó esas raíces y le dijo casi sin fuerzas: ya no quiero vivir, estoy cansado de todo, quiero descansar en paz, a lo que el árbol le respondió, ven, siéntate aquí sobre mis heridas, descansa y seamos de nuevo felices juntos. El anciano se sentó sobre el tronco hecho pedazos del árbol y descansó, cerrando los ojos, recordando esos viejos tiempos, y antes de morir con la mano pudo percibir que del tronco nacía una rama verde pequeña, una ramita que empezaba a elevarse a los cielos… y nuevamente el viento silbó y los pajaritos se asomaron para cantar.
Esta historia la dejo para el compartir de quienes la leyeron.
Amor es entregarse por completo, alumbrar, guiar, ofrecerse, regalarse, donarse… es una vocación de servicio al extremo, así como Cristo en la cruz.
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